En Cartas de nuestro Obispo, General

Hace 15 días iniciamos la Causa de Beatificación de los siervos de Dios Félix Sanz Lavilla y 251 compañeros mártires. Aún resuenan las palabras que pronunció el vicepostulador, Antonio Plaza, a propósito de un siglo XX calificado como el siglo de los mártires, un siglo que nos dejó un estremecedor saldo martirial, mayor que en todos los siglos anteriores. Varios miles son españoles y  nuestra diócesis, proporcionalmente, está entre las primeras de España.

Como explicó Antonio Plaza, todos los mártires “fueron a la muerte conscientes, serenos, conformados, como mansos corderos llevados al sacrificio. Y perdonando a sus verdugos. Los mártires son cristianos que escogieron la muerte antes que renegar de su fe. Están en el cielo y son intercesores y ejemplos. Entre los 252 hay de todas las vocaciones: sacerdotes, religiosos, seminaristas y seglares: la Iglesia entera está representada. Se puede llamar con todo derecho diócesis martirial. Los mártires de esta causa junto con los beatificados forman una comunidad martirial; unos habían nacido fuera de aquí pero murieron en Barbastro y otros nacieron y murieron también en nuestra tierra. Ambos grupos -beatificados y por beatificar- regaron generosamente nuestra tierra con su sangre. Ambos murieron en las mismas fechas y compartieron cárceles, angustias, verdugos, insultos, torturas, fusiles y fosas. Y todos se apoyaron y animaron mutuamente al martirio. Es llamativo que mártires no beatificados como Felipe de Juan Zalema, laico, y Marcelino de Abajo, sacerdote, fueran quienes arengaban a los ya beatos Claretianos en el camino hacia el cementerio.
A un idéntico martirio corresponde idéntica veneración.

Así creemos que lo juzgará la Iglesia cuando se desarrolle el proceso con la colaboración de todos”. ¿Qué podemos hacer por ellos?, nos preguntamos. Además de reconocer su testimonio y su  generosidad, podemos hacer algo más. “Hay que desempolvar los recuerdos (palabras, ejemplos…) para completar sus historias y hacerlas llegar a Roma a través de nuestras parroquias. Hay que
recopilar los objetos que ellos usaron. Hay que conectar con ellos, rezarles pidiendo su intercesión, porque nos escuchan y son muy poderosos ante Dios”, señala Antonio. Y en esa sugerencia insisto: ayudadnos, aquellos que conocisteis sus historias, a completarlas y reconocer a quienes “sembraron la fe en nuestros corazones y regaron la semilla con su sangre. Murieron violentamente, solos, muchos bárbaramente mutilados e insultados, en un rincón del cementerio o en cualquier ribazo o cruce de caminos; calcinados, insepultos o arrastrados por la corriente del río: de hecho, hemos podido recoger los restos de muy pocos. Pero ¡qué preciosa herencia nos dejaron! Cuántos bienes han llegado a nuestra familias y a nuestros pueblos: su semilla fue muy fecunda y sigue teniendo raíces profundas en nuestra sociedad. Merecen nuestro recuerdo y nuestro agradecimiento”.

Con mi afecto y bendición

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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