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PREPARACIÓN PARA LA MUERTE - San Alfonso María de Ligorio.

Pedíanme algunas personas que les proporcionase un libro de consideraciones sobre las verdades eternas para las almas que desean perfeccionarse y adelantar en la senda de la vida espiritual. Reclamaban otras una colección de materias predicables en las misiones y ejercicios espirituales. Y para no multiplicar libros, trabajos y dispendios, he creído conveniente escribir esta obra tal y como va a leerse, con objeto de que pueda servir para ambos fines. Hallarán en ella los seglares auxilios para meditar por medio de los tres puntos en que he dividido cada consideración, y como cualquiera de esos puntos puede servir para una meditación completa, les he agregado afectos y súplicas.

Ruego al lector que no le cause enojo el ver que en dichas oraciones se pide casi siempre la gracia de la perseverancia y del amor a Dios, porque éstas son las dos gracias más necesarias para alcanzar la eterna salvación.

La gracia del amor divino, dice San Francisco de Sales, es aquella gracia que contiene en sí a todas las demás, porque la virtud de la caridad para con Dios lleva consigo todas las virtudes. Quien ama a Dios es humilde, casto, obediente, mortificado...; posee, en suma, las virtudes todas. Por eso decía San Agustín: Ama a Dios y haz lo que quieras, pues el que ama a Dios evitará cuanto pueda desagradar al Señor, y sólo procurará complacerle en todo.

La otra gracia de la perseverancia es aquella que nos hace alcanzar la eterna salvación. Dice San Bernardo (1) que el cielo está prometido a los que comienzan a vivir santamente; pero que no se da sino a los que perseveran hasta el fin.

Mas esta perseverancia, como enseñan los Santos Padres, sólo se otorga a los que la piden. Por lo cual afirma Santo Tomás (3 p., q. 30, art. 5) que para entrar en la gloria se requiere continua oración, según lo que antes había dicho nuestro Salvador (Lc., 28, 1): Conviene orar siempre y no desfallecer; de aquí procede que muchos pecadores, aunque hayan sido perdonados, no perseveran en la gracia de Dios, porque después de alcanzar el perdón olvidan pedir a Dios perseverancia, sobre todo en tiempo de tentaciones, y recaen miserablemente. Y aunque el don de la perseverancia es enteramente gratuito y no podemos merecerle con nuestras obras, podemos, sin embargo, dice el Padre Suárez, alcanzarle infaliblemente por medio de la oración, como había dicho ya San Agustín (2).

Demostraremos más por extenso esta necesidad de la oración en otro opúsculo, titulado El gran remedio de la oración, obrita que, aunque corta, es fruto de largo trabajo y utilísima, en mi sentir, para todo el mundo. Y así, me atrevo a asegurar que, entre todos los libros espirituales, no hay ni puede haber ninguno más útil ni necesario para obtener la salvación eterna que el que trate de la oración.

Con objeto de que las consideraciones de esta obra puedan también servir para la predicación a los sacerdotes que no tengan muchos libros ni tiempo de leerlos, las he enriquecido con textos de la Escritura y pasajes de los Santos Padres; citas que, aunque breves, encierran altísimo espíritu, como conviene para predicar la palabra de Dios. Los tres puntos de cada una de las consideraciones forman un sermón completo, y con este fin he procurado recoger de muchos autores los afectos que me han parecido más vivos y propios para mover el ánimo, exponiéndolos con variedad y concisión, con objeto de que el lector escoja los que más le agraden y los dilate luego a su gusto. Sea todo para gloria de Dios.

Ruego al que leyere este libro, ya en mi vida, ya después de mi muerte, que me encomiende mucho a Jesucristo, y yo prometo hacer lo mismo por todos los que tengan para conmigo esa caridad.

¡ Viva Jesús, nuestro amor, y María, nuestra esperanza!